
Acaso también, un hombre
Estilo literario:
Poemas
Escritor:
Jesús Zatón
Formato del libro:
Tapa blanda
Nº de páginas:
136
Fecha de publicación:
7/09/2021
Editorial:
Ars Poética
Ilustrador:
Jesús Zatón
ISBN:
978-84-18536-22-9
Idioma:
Español
Edición reducida:
Si
Breve descripción:
Sinopsis del libro:
Reconoce Jesús Zatón que la palabra −en el origen, fuente de toda creación− se torna en el poeta voz, grito, proclama y silencio. A veces, susurro, confidencia; a veces, luz, sombra, furia, sueño, clarividencia, locura, desvarío, revuelta, eco fugitivo, a través de las regiones ignotas, fecundas y desconocidas a la razón… pues cada poema, −si en realidad lo es−, recrea el asombro, desvela el misterio de la propia condición humana.
Por ello, la poesía de Jesús Zatón se reviste con numerosas vestimentas. Es, según sus propias palabras: “la virgen, y la meretriz, que huyen en cada verso de lo trillado, de lo vulgar, de lo insustancial e insulso”.
Tal es su concepción, pues nuestro artista concibe la poesía como un medio para dar voz a los paisajes interiores que, como poeta, frecuenta: mundos estéticos e intelectuales, vividos y sentidos, que forman parte de su personalidad, pero que no pueden ser advertidos y mostrados sino a través de la palabra.
En tal sentido, su poesía trata de ser un “pozo” del que brote un agua que sacie la sed, la necesidad de asombro y de misterio, que permita vislumbrar sensaciones, emociones y formas nunca antes percibidas.
Cierto que la poesía no es la realidad, tangible a través de los sentidos, aunque penetre en ella, a veces con la voluptuosidad de un “voyeur”. Por eso, el objetivo de la poesía −de su poesía− no es la belleza, ni siquiera la crítica social. “La poesía −en opinión del poeta−, como las flechas de Cupido, deviene en amor, y debería elevarnos a estadios donde perviven los últimos girones de la magia, donde el lector pueda volverse, en cierto modo, “clarividente”, participar, como coautor, de las más elevadas creaciones mentales que el poeta sea capaz de plasmar en palabras”.
Jesús Zatón no busca, a través de la poesía, llegar al gran público −si bien confiesa que sería de su agrado−, ni siquiera pretende despertar de su sueño al plácido durmiente, amodorrado, en el mejor de los casos, entre libros. Pero quiere ser ancla que alcance las profundas fosas de sus mares interiores, si bien, tal vez, el problema estribe en que, como todos los poetas, tiene algo de incorpóreo, o, quizá, de excesivamente corpóreo. Así, su poesía se debate entre dos realidades contiguas, dos mundos, el propiamente tangible y el que prefigura sus pensamientos. Por eso, a veces, escribe recorriendo el mundo donde impera el silencioso temblor de una mirada, la mano que, terca, se afana en alcanzar encendidas cúpulas, arquitecturas impenetrables a la razón.
Nos recuerda el poeta que se atribuye al dios griego, Hermes, el origen del lenguaje y la escritura y que, siguiendo su lúcida estela, la poesía (su poesía) no puede ser otra cosa que textos “revelados”, y que el poeta, al igual que las antiguas pitonisas de los “oráculos”, no es sino “un transmisor de respuestas”, de esas respuestas, de esas voces que surgen más allá del mundo visible y tangible. Y, teniendo muy presente que las respuestas dadas por los oráculos podían ser tanto verdaderas como falsas, le correspondería al poeta-bardo-pitonisa el trabajo de captar e “interpretar” las señales, símbolos y palabras que la poesía manifiesta a su través.
Desde tales concepciones, no cabe duda de que Jesús Zatón busca trascender el sentido propio del lenguaje, hacer del poema una hermenéutica, tendente a la comprensión del ser humano. Pues “qué es la poesía −dice−, sino una forma de conocimiento, un adentrarse en las oscuras regiones de la mente, para aportar luz a la razón a través de la palabra”. Sí, el poeta debe “apropiarse” del fruto sagrado, de las manzanas áureas del jardín de los dioses. Pero, ¿cómo? La respuesta de nuestro poeta es clara: “Reelaborando las experiencias vividas en los oscuros jardines de la memoria y el subconsciente. Para ello, es preciso que la poesía surja de lo auténtico, de experiencias que, si bien nunca pueden ser completas, traten de sintetizar, a través de la escritura, la realidad vista y vivida en el mayor grado de plenitud posible”.
Por supuesto, Jesús Zatón es muy consciente de que no basta con describir “lo visto”, “lo sentido”, “lo intuido”… El poeta se ve obligado a sumergirse en la “realidad” de “los otros” y hacerla suya. El problema último de la poesía, como de cualquier otro arte, es que lo creado nunca es la realidad, sino una construcción simbólica, que utiliza signos elocuentes y reconocibles para recrear mundos. Y, de este modo, inevitablemente, todo poema es un “autorretrato” del poeta. A través de su capacidad de otredad, de “ser otro”, al tiempo que descubre a los demás, se descubre a sí mismo. Tales concepciones cabe aplicarlas a Jesús Zatón, pues, también inevitablemente, sus poemas nos aportan un retrato de su manera de ser y de concebir el mundo y, sobre todo, de concebir al “hombre”. No es por ello casual que el título de su último poemario sea “Acaso también un hombre”, porque, para Jesús Zatón, ser un “hombre” es mucho más que ser un individuo que pertenece a la raza humana. Ser “un hombre” es saberse uno con la totalidad del Universo, reconocerse en el mundo mineral, vegetal y animal (al fin y al cabo, según sus concepciones, sus cuerpos físico, etérico y astral están formados de sustancias de estos tres mundos). Y, por supuesto, reconocerse como parte de la deidad, o, para ser más exactos, reconocerse como una parte sustancial de la deidad misma.
“Acaso también, un hombre” (cuarto poemario publicado del autor) está configurado en cuatro bloques. En el primero (“Poéticas”), el autor alude al germen mismo de la poesía, y su relación con esa parte femenina que, a veces, encuentra su concreción en una mujer, pero que, por lo general, trasciende los aspectos carnales, para dejar entrever esa esencia que solemos denominar “alma”.
En “Luz inasible”, segundo bloque del poemario, las resonancias espirituales, (que no religiosas), son inequívocas. El “Artífice supremo”, el dador de la Vida y la naturaleza más profunda del poeta se desvelan como una misma esencia. El poeta, sin renunciar al mundo de la forma y de la carne, se reconoce como un “dios” encarnado, un dios que ha hecho su morada en el cuerpo que transitoriamente habita. Pero un “dios” revestido de corporeidad, que anhela regresar “a la densa matriz de donde todo emana”.
En el tercer bloque (“Topografías humanas”), el poeta “mira”, contempla las diversas facetas de la condición humana, deteniéndose, muy particularmente, en los desfavorecidos, aquellos de quienes la vida está a punto de huir, o ya ha huido. También en los niños, a quienes las guerras arrastran al olvido…
En el cuarto bloque (“Materia humana”), además de adentrarse en sus propias percepciones corpóreas, se adentra en el amor. Un amor capaz de transmutar la densidad de la carne a través de un beso, haciendo que los amantes, como ya nos mostró en sus cuadros Marc Chagall, se alcen “verticales y veloces, / por encima de las casas y los árboles”. Pero también amores “que se rompen con el uso”, en los que habita la soledad y donde las palabras son fronteras, “jardines vacíos, noches sin versos”.
Descendiendo a los aspectos más técnicos, a la “cocina”, cabe señalar que Jesús Zatón siente la necesidad de utilizar las palabras −no siempre, por supuesto−, con un sentido distinto del propiamente fonético, de modo que el poema adquiera un sentido que va más allá de lo evidente, y pueda aportar significados (o sugerencias) que, en realidad, no es posible describir mediante su significado lógico. El poeta necesita crear “imágenes mentales” que permitan vislumbrar realidades que escapan a la visión cotidiana, que despierten sensaciones visuales, táctiles, olfativas, e incluso térmicas. Utiliza, igualmente, la “sinestesia”, mediante expresiones de diferentes modalidades sensoriales. Por supuesto, sabe que es preciso “moldear” el lenguaje con el fin de hacerlo más intenso, más expresivo y personal, y enfatizar cuanto sea posible su carácter universal. Pues el lenguaje poético está obligado a hacer vibrar los sentidos del lector. En ocasiones, mediante símiles, metáforas, aliteraciones, u otras figuras retóricas; en otras, mediante el humor, la ironía, o reduciendo el poema a su mínima expresión, con el fin de alcanzar el corazón, la esencia que puede ser transmitida como un soplo de palabras afines al lector.
Por eso, Jesús Zatón cree que la poesía, aun buscando “el ahora” más inmediato, “debe adentrarse en lo intemporal. La poesía no se mueve de izquierda a derecha, ni de arriba abajo, sino que circula en espiral, inundando el espacio y, al tiempo que se extiende, avanza hacia el centro del propio poeta y de quienes le leen”. Así, la poesía de Jesús Zatón nunca es un círculo cerrado. Por los intersticios de sus poemas corre el aire, la vida. Y su poesía se vuelve un nexo que vincula la Naturaleza con la arquitectura del cuerpo. Solo de este modo, −nos dice Zatón− “la poesía y el poeta se vuelven eternos amantes, se acarician a través de la creatividad y el pensamiento”.
Santiago Izar de Lafuente