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Replantearse cada cierto tiempo qué es y para qué sirve el arte, no solo es un ejercicio de higiene mental, sino que se hace muy necesario en los albores de un nuevo siglo.
El siglo XX y sus “itmos” pusieron en evidencia que las antiguas concepciones estéticas resultaban caducas. Los postulados dejados por Kant en su Crítica de la Razón, sobre los que durante casi 200 años se habían asentado las formulaciones sobre la belleza y estética caían por tierra ante el empuje imparable de los huracanes del cubismo, dadaísmo o la abstracción.
Para más inri, los nuevos tiempos trajeron sus propias inquietudes: arte concepctual, performances, body art, happening, instalaciones…y, en particular, las nuevas concepciones derivadas de la utilización de programas informáticos.
En el colmo del delirium, artistas como Yves Klein, propone la “no obra” como hecho artístico, al presentar en París una exposición en la que la sala está completamente vacía;
y otros, como la francesa Orlan, desligan por completo al artista de su obra, al ofrecernos como arte las intervenciones de cirugía estética a las que se somete.
¿Para qué sirve el arte o qué puede ser llamado arte en nuestros días?:
¿Iimitación, mimetismo, descripción de una apariencia?; ¿creación… posesión…inspiración…?
¿Es el arte sagrado?; ¿despierta el deseo de una realidad superior?; ¿es en sí mismo una realidad superior?
¿Debe aspirar a lo verdadero?, ¿hay que liberar a la obra de arte de toda trascendencia?
¿Sustenta la pretensión de trazar las ideas sin hacer las aprehensibles?
¿Es el arte una utopía más…?
Nadie hasta el día de hoy ha podido dar una respuesta concluyente y definitiva a estas preguntas. El arte, como todas las manifestaciones creativas del ser humano, oscila constantemente entres lo material y lo espiritual, entre la forma y el concepto, entre el contenido y el continente.
Para quienes no admitan los aspectos trascendentes de nuestra vida, el arte se verá relegado a una simple manifestación material, capaz, en sus niveles más excelsos, de vincularse a la utopía.
Para quienes partan de una concepción menos materialista, el arte constituirá un puente, un eslabón, entre dos realidades opuestas: una en constante transformación, asentada en lo inmutable la segunda.
Pero el asunto que nos ocupa es mucho más complejo. Críticos como el norteamericano A.C. Danto, argumentan que lo que hace que algo sea arte es llana y simplemente el hecho de que “alguien piense que es una obra de arte”.
En último extremo, tal posicionamiento nos llevan a concluir que el que “algo” sea o no arte, nada tiene que ver con su configuración, ni siquiera con sus posibles contenidos y significados.
Todo es susceptible de ser considerado arte con tal que alguien piense que lo es, lo que equivale a decir que la luna es un queso con tal que alguien la tome por tal.
Y ello sin contar con la idea de que todo el mundo es susceptible de ser artista dado que a todo el mundo se le concede el privilegio y la capacidad de elevar al rango de arte a cualquier objeto con tal de proclamar a viento y marea que lo es.
A estas alturas de nuestro argumento, habremos de concluir que toda definición del arte que pretenda fijar patrones fijos y perennes es del todo inútil. Nos limitamos por ello a señalar que el arte nos invita a posar nuestras miradas en alguna de las realidades posibles, nos invita incluso a dar forma y contenido a nuestra propia realidad.
Con todo, no podemos olvidad que el arte dinamiza nuestras pretensiones de realidad, de comportamientos estancos, al tiempo que nos conduce transversalmente a los brazos de la inseguridad y al caos.
Como artista, solo me cabe señalar que el arte es un camino que nos lleva de lo oculto a lo apenas intuido; es un grito que reclama nuevas visiones, nuevas formas de percepción.
Cierto que uno de los aspectos –tal vez el único- del que el arte depende es la intención.
Un objeto, una intervención, será arte en función de la intencióncon que ha sido concebido, será arte en función de la intención, de la idea que lo aglutina y configura, pero no lo es menos que el arte se muestra antes que nada como una experiencia mental y sensorial diversa, dispar y divergente según se el artífice y el receptor del mismo.
Por ello es lamentable que los tan cacareados artistas de vanguardia tengan tan poco de innovadores y de investigadores estéticos, asemejándose más a bufones de corte que a verdaderos artistas. Y digo que es lamentable, porque muchos parecen olvidar que toda nueva visión deviene de un cambio de con ciencia antes que de un cambio meramente formal.