Cuando Picasso visitó la exposición de esculturas y máscaras africanas y oceánicas expuestas en el Musée de L´homme en Paris, quedó tan impresionado por la carga de arte y magia que desprendían aquellos objetos que de inmediato sintió el deseo de incorporar tal sentimiento a su propia estética.
Vincular arte con la magia
El resultado fue el nacimiento de «las señoritas de Avignon«, la culminación de las experiencias plásticas que en aquellos momentos llevaba a cabo el autor y, sin lugar a dudas, una de las obras más revulsivas del siglo XX y con la que, de manera oficial, nace al cubismo.
Podríamos decir que es Picasso quien, por primera vez en el arte contemporáneo, intenta nuevamente vincular arte y magia, en el sentido de conectar de nuevo el arte con el sentido mágico que este ha tenido desde su mismos orígenes.
Ciertamente, el progresivo materialismo del hombre y el imparable asentamiento en las conciencias del monoteísmo religioso, hizo que en un momento dado los seres humanos se apartaran de los «dioses».
Arte con una concepción espiritual
Con ello se alejaron también de una concepción espiritual que veía en el sol, en la luna, en la tierra, en los árboles, los ríos, en cada vegetal y en cada animal, un asiento de los dioses de la naturaleza.
No puede decirse, no obstante, que las religiones animistas no creyeran en un dios único, sino que al tiempo veían en cada forma de vida una expresión de este dios, pero una expresión no muerta, sino animada por espíritus que hacían de intermediarios entre el plano físico y los mundos sutiles o espirituales. De hecho, para las religiones animistas el verdadero mundo, el mundo real no era el físico, sino el mundo de los espíritus
Podemos entender así que las imágenes pintadas en las cuevas prehistóricas no son en modo alguno formas decorativas, sino que responden a una concepción mágica muy precisa: establecer un lazo, una unión con los animales representados, o mejor dicho, con los espíritus grupales que dirigen a los animales en su aspecto físico.
Concepciones similares apreciamos en los posteriores desarrollos del arte a través de los siglos y, como no podía ser de otro modo, en tales concepciones, las representaciones bi o tridimensional cobran una gran importancia.
Arte magico
De hecho, el oficio de artista no era diferente del ejercido por el mago o el sacerdote. En el antiguo Egipto, por ejemplo, el arte se enseñaba junto con la medicina o la magia en los colegios sagrados o «casas de la Vida». Allí el artista-mago, aprendía a conocer la psique humana al tiempo que recibía el conocimiento de los mundos invisibles o mundos del espíritu y los rudimentos de su técnica.
Comprobamos así que el papel mágico del arte en la antigüedad, se basaba en creencias animistas, esto es, consideraba a todos los objetos, incluso los inanimados como objetos vivos, pues se les veía como soporte, o cuerpo de realidades trascendentes. Y es así que el arte, en cuanto que trabaja con representaciones de realidades que escapan al ojo humano, se considera sagrado, pues posee la capacidad, el poder, de proporcionar vehículos apropiados para las divinidades naturales o espíritus de la naturaleza.
Asi, el arte no solo debía ser bello sino en su concepción simbólica debía constituir un vehículo apropiado a través del cual la presencia de los dioses se volviera tangible en el plano material.
Arte magico religioso
Es evidente que las concepciones actuales del hombre y mujer de nuestros días están muy apartados de tales planteamientos. Ya nadie –o muy pocos- ven en un árbol, un río, una montaña o una simple piedra, la morada de una fuerza espiritual.
Frente a los antiguos que consideraban a la tierra como la “diosa mater” dotada de conciencia propia, hemos llegado a considerar que nada hay más allá de la simple materia. Tal vez por eso el hombre se ha creído con derecho a devastar bosques enteros o polucionar la atmósfera, pues ya es incapaz de presentir que tras las formas que nos rodean laten fuerzas vivas, fuerzas espirituales.
El artista de todos los tiempos, de una u otra forma, lo ha sentido y ha hecho de su arte un medio de transmisión, de encuentro con realidades superiores. Tal vez le corresponda al artista de nuestros días volver a descubrir que su arte no es solo forma, no solo color o ritmo, sino ante todo magia, magia capaz de trazar puentes con las verdades más profundas del ser humano.
Tal vez le corresponda al artista de nuestros días, digo, volver a sacralizar su oficio.